Crónica del anterior centenario

 

El disparo de salida de tantas celebraciones como tuvo el XIII Centenario del Tercer Concilio de Toledo fue una carta del jesuita P. Solá en el número de mayo de 1888 de la Revista Popular", de Barcelona. Decía: "Cuando Francia se prepare a celebrar el centenario de la infame revolución del 89, cuando la Sinagoga y la Masonería universal se disponen a concentrar sus fuerzas en España para descatolizarnos de una vez, cuando el liberalismo dominante forja nuevas leyes contra nuestra santa religión y apercibe los dogales para ahogarnos, si pudiera, ¿qué español no despertará de su sueño y apoyando con su nombre, su prestigio, su hacienda y su vida la idea del Centenario de la Unidad Católica española, no procurará de su parte renovar a la Iglesia, a los Ángeles y a España los júbilos del 8 de mayo de 589?"

 

Esta carta reproducía las palabras siguientes que León Xlll acababa de dirigir al obispo de Urgel: "Los españoles no sabéis, no queréis, no podéis, consentir jamás que arraiguen las herejías en vuestro suelo... Vejaciones, persecuciones, el destierro: todo lo arrostráis, todo lo sufrís, antes que consentir y tolerar que las herejías se implanten en vuestra querida nación".

 

Los objetivos y los apoyos

 

El P. Solá, S.J., proponía tres objetivos para la celebración del Centenario: 1.° Dar gracias a Dios por la Unidad Católica; 2.° Pedir perdón y desagravios por los pecados cometidos contra esa Unidad Católica, y 3.° Trabajar por el total restablecimiento de la Unidad Católica.

 

La "Revista Popular" insistió sobre el tema y llovieron las adhesiones. El Centenario fue piedra de toque para los españoles porque consistió en una campaña contra el liberalismo. Unos obispos, unas publicaciones y unas organizaciones católicas se adhirieron, y otras contaminadas ya de liberalismo, callaron.

 

Entre las adhesiones destacaron por su importancia, dos: la Compañía de Jesús, mediante el Apostolado de la Oración y su revista "EI Mensajero del Corazón de Jesús"; y el Rey Don Carlos Vll con un enjambre de pequeñas publicaciones tradicionalistas.

 

La revista "EI Mensajero del Corazón de Jesús" señaló para la conmemoración de aquel Centenario los siguientes fines: "1.° Proclamar solemnemente los derechos de Dios y el reinado del Corazón de Jesús en oposición al satánico (sic) centenario de los derechos del hombre. 2.° Como medio necesario en las presentes circunstancias para lograr el reinado social de Jesucristo, y secundando los deseos de Su Santidad reclamar la restauración del poder temporal del Papa en toda su integridad e independencia. 3.° Desagraviar a Nuestro Señor por nuestros pecados que motivaron la pérdida (oficial) de la unidad católica, y pedirle el restablecimiento de esta unidad, no sólo en España sino, en cuanto sea posible, en todos los países cristianos."

 

Don Carlos Vll dio orden a su representante el Marques de Cerralbo de que los carlistas celebraran el Centenario; en su carta a Cerralbo hay una reticencia contra la disociación entre cultura y política, que dice así: "Principio esencial (la U.C.) de nuestro programa y aspiración de todos nosotros yo y los míos hemos contraído el solemne compromiso de restaurarla y defenderla en España. Mientras llega el día de poder realizarla, por nadie debéis dejaros aventajar en tan gloriosa conmemoración los que seguís mi bandera: dad a todos ejemplo de celo, como se lo dais de consecuencia y de lógica al no encerraros en la platónica admiración de aquel principio aislado, sino que, completando el plan de la restauración nacional, tributéis el culto debido a toda legitima autoridad." (las autoridades liberales eran ilegitimas). Pirala dice que los actos carlistas fueron "una verdadera manifestación y un alarde de fuerzas de los partidarios del Pretendiente".

 

La celebración

 

León Xlll concedió el 19-1-1889 indulgencias a la "Oración en favor de la Unidad Católica de España" que se recitaba con carácter oficial en todos los actos y pedía "por la restauración de nuestra Unidad Católica y del imperio social de Vuestro Unigénito Hijo y Salvador nuestro, Jesucristo". También tuvo carácter oficioso y se difundió y recitó abundantemente una "Solemne protestación de los errores y herejías de nuestra edad, con motivo del Centenario". Es muy extensa porque reproduce muchos puntos del Syllabus de Pío IX y de la Encíclica Libertas, de León Xlll. Nos tenemos que limitar a reproducir algunos de los de mayor interés para hoy:

 

"Detesto y condeno, como sistemas impíos, perniciosos y disparatados, el Socialismo y el Comunismo, inventados por Satanás para revolver el mundo y desquiciar el orden establecido por Dios, etc."

 

"Detesto y repruebo la soberanía popular, el sufragio universal y el sistema de las mayorías, en cuanto son principios revolucionarios y fundados en que "el poder es proporcional al número", y en que "la mayoría del pueblo es la autora de todo derecho y obligación"; lo cual se reduce a "rechazar el señorío de Dios en el hombre y en la sociedad" y a sancionar únicamente el derecho de la fuerza (enc. Libertas)."

 

Detesto y abomino de la libertad de cultos...".

 

Se celebraron en toda España infinidad de actos de culto, de peregrinaciones y de actos académicos. En ellos el Tercer Concilio de Toledo se identificaba con la Unidad Católica, y ésta se mezclaba, por un lado, con reprobaciones de la Revolución Francesa, y por otro, con el segundo centenario de las apariciones en las que el Sagrado Corazón expresó su deseo de reinar sobre las naciones. Se hacia un fuego graneado contra los liberales, el Gobierno y la Monarquía liberal de la Restauración; las autoridades respondían con multas y arrestos; entre éstos fue sonado el de varios jesuitas de la Universidad de Deusto. Un cronista de la peregrinación a Begoña, -veinte mil hombres-, afirmaba: "Excusado es decir que las autoridades civiles y militares, locales y provinciales de Bilbao, brillaron por su ausencia."

 

El eclecticismo prudente

 

En media de la tensión, el nuncio Rampolla colocó una contramina de ecléctico compromiso. El Centenario se cumplía el 8 de mayo. El 24 de abril de 1889 se inició en Madrid un Congreso Católico presidido por el cardenal Benavides, arzobispo de Zaragoza; el 28 de abril, el cardenal y los prelados, en nombre de los congresistas, visitaron a la Reina Regente, en actitud conciliadora y hacienda notar que las violencias antiliberales no venían de ellos sino de seglares. La prensa católica y la tradicionalista, en gran parte superpuestas, rugieron; el libro de Sardá y Salvan, "El liberalismo es pecado' cubrió el mapa de España. Y en esto, Don Marcelino Menéndez Pelayo, que era uno de los números fuertes del tal Congreso Católico leyó un discurso en el que calificó de cuestiones estúpidas e inútiles las que venían sosteniendo desde hacia tantos años los periódicos católicos sobre interpretación del Syllabus, grados de liberalismo tesis e hipótesis, integrismo y misticismo, etc., etc. Hay que recordar que Menéndez Pelayo cultivaba simultáneamente un vago tradicionalismo intelectual y un conformismo político con el liberalismo imperante, con lo que resultaba el paradigma de la inconsecuencia señalada por Don Carlos VlI en su carta a Cerralbo, que hemos transcrito. El griterío católico en contra fue inmenso y se prolongó más allá del año del Centenario, que así, lejos de parecerse a unos juegos florales fue un episodio notable de la perpetua guerra entre la ortodoxia y la Revolución.

 

Manuel de Santa Cruz

 

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