XVIII JORNADAS PARA LA RECONQUISTA DE LA UNIDAD CATÓLICA DE ESPAÑA

               

 

 

PERSECUCIONES RELIGIOSAS DEL LIBERALISMO EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XIX.

ENSAYO SOBRE “LOS CATÓLICOS Y LA MEMORIA HISTÓRICA”

 

José Fermín GARRALDA ARIZCU

Zaragoza, 20 a 22 de abril de 2007

 

1. SALUTACIÓN

  Con su permiso, don Alberto Ruiz de Galarreta, Presidente de la Junta Nacional para la Reconquista de la Unidad Católica de España. Con el suyo también, don José Ignacio Dallo, director del quincenal "Siempre P'alante", y organizador de estas Jornadas de seglares católicos españoles.

 

Es un dicho que “no hay más cera de la que arde”. Si lo aplicamos aquí, veo que hay mucha cera (estamos todos nosotros) y, sobre todo, veo que arde con luminosa intensidad. Que arde en cada uno de vuestros corazones, en vuestros corazones de madrugadores y puntuales. Y, en vosotros, veo a muchos que no han podido estar en este momento y que vendrán, e incluso a muchos que no podrán venir por enfermedad como don Jesús Vizcay de Pamplona. Y como vuestro corazón arde, en esta maravillosa tarde junto a El Pilar, y estamos todos muy contentos de vernos junto a la Reina de la Hispanidad, vais a permitirme hacer de humilde telonero.

 

  BIENVENIDOS, queridos amigos, puntuales a nuestra cita anual. ¡Qué alegría volver a vernos!. ¡Qué alegría reunirnos de nuevo en las XVIII (decimoctavas) Jornadas de la Unidad Católica!. Bienvenidos seáis en el espíritu de aquella inolvidable celebración que, las bien nutridas Uniones Seglares de España, efectuaron, en la festividad de Cristo Rey, y en la bellísima ciudad de Toledo, del 24 al 26 de noviembre de 1989, siendo el XIV (decimocuarto) Centenario del IIIer Concilio de Toledo reunido por el Rey Recaredo aquel glorioso año 589. Todavía resuena en vuestros oídos el eco del juramento de la Unidad Católica realizado en la cripta del Alcázar de Toledo, repleta de seglares, de manos del inolvidable P. Alba S.J.: "Y nació en el alcázar, porque no hubo sitio para ellos en la catedral" (“Siempre P’alante”,' nº 180, 16-XII-1989).

 

En 1989 de nuevo se alzó la voz de la España tradicional católica a despecho del desvío progresista, del error contrario a la tesis doctrinal católica, o bien de unas hipótesis falsas, acomodaticias y vergonzosas, políticas y partitocráticas, que no reales de la sociedad. Esta voz sigue viva y se plasma con puntual fuerza en vuestras reuniones anuales. Voz que alzáis de nuevo 18 años después, en 2007, en unas circunstancias más difíciles y trágicas todavía que las de entonces, debido a la actual decadencia de la sociedad, a la perversión de muchas costumbres, a la corrupción institucional, y a la presencia de muchos emigrantes no católicos. Si siempre hay que mantener la tesis doctrinal católica, desde la realidad sabéis que hay mucha gente buena en muchos lugares, y que la situación es mejor de lo que parece, lo que os permite y anima a mantener vuestras exigencias prácticas. No podéis ocultar estas bondades porque son la base de dichas exigencias para la práctica, y algún año deberéis estudiar con detenimiento en estas Jornadas.

 

  Año tras año, habéis descansado junto a Ntra. Sra. del Pilar de Zaragoza, en estos días de feliz convivencia anual. En estos 18 largos años, al fin está verdeándose el desierto del silencio, debido a la entrañable presencia de Mons. Manuel Ureña Pastor, arzobispo de Zaragoza, en la Santa Misa de clausura de vuestras Jornadas apostólicas: estuvo en la clausura del año pasado y ha anunciado su presencia para este año.

 

Junto al Pilar como Santiago apóstol, recordáis con gozo las tesis de la doctrina católica del Reinado Social de N. S. Jesucristo, así como la práctica genuina y tradicional aplicada a España, y aplicada a la española, abiertos los ojos en la esperanza de un nuevo despertar, en espera de una nueva aurora brillante del resurgimiento práctico y sin complejos de la Fé católica. Porque, a pesar de las muchas dificultades, todavía es tiempo de exigir y mantener la aplicación práctica de la tesis, con la gracia de Dios que siempre mira con divino amor a España. Dicha aplicación es lo que conviene –propiamente hablando- a los españoles.

 

  Bienvenidos, queridos amigos procedentes de los más diversos rincones de la Patria, de la España católica, de este pueblo que reverbera y resplandece ante el Sol de Pascua que es Cristo, la única luz invencible. Bienvenidas seáis, Uniones Seglares: de Ntra. Sra. de la Almudena de Madrid, Virgen de los Desamparados de Valencia, Ntra. Sra. de Europa y del Campo de Gibraltar, de San Francisco Javier de Pamplona editora de "Siempre P' alante" como portavoz para la Reconquista de la Unidad Católica de España. Bienvenidos, responsables de la constante y cuidada revista "Empenta” (va por el número 66) de la Asociación Cultural "Gerona Inmortal", hermosa revista amiga “María Mensajera” (véase el nº 314) de Zaragoza, y otras publicaciones, boletines de los que venís aquí (Barcelona, La Línea de la Concepción...), e iniciativas siempre buenas. Bienvenidos -al fin- queridos seglares de esta mariana ciudad de Zaragoza, en esta hermosa sala, ya familiar, de las hermanas Misioneras Eucarísticas de Nazaret, unidos en su carisma eucarístico digno de la más profunda devoción.

 

Mi recuerdo también a otras organizaciones y publicaciones de laicos que, aunque piensan como vosotros, todavía no están expresamente representadas en esta reunión anual, quizás porque, fruto de la gran crisis actual, todos los comienzos de unión son paulatinos, y porque aquellas organizaciones a las que me refiero tienen un carácter principalmente político o bien intelectual.

 

2. MOTIVACIÓN

 

Cuando se olvida el propio ser, se está a merced de ser conquistado. Pero -sobre todo-, cada olvido es como si derramase sin fruto, por tierra, aquella Gracia que el Altísimo nos comunica a través de las heridas de cada fiel católico laico que es crucificado como y por Cristo. No podemos olvidar a los mártires;  tampoco debemos olvidar a los que sufren la injusticia de la pobreza. La Iglesia católica siempre ha sido la Iglesia de los pobres y de los mártires, la Iglesia del verdadero amor. Es una pena que, mientras la fuente de la Gracia mana, nuestras manos de barro retiren la plena y máxima capacidad de recogida de la Gracia. Es doloroso que se olvide el testimonio de los testigos. No podemos olvidar el acto heroico ante Dios y los hombres de nuestros mártires.

 

 

3. LA IMPORTANCIA DE LA “MEMORIA HISTÓRICA”.

El tema de la “memoria histórica”, que nosotros tanto hemos cuidado, es importantísimo. También en este punto, el Gobierno sectario (masónico) y encubiertamente totalitario que padecemos, es corruptor. Lo que el Enemigo no sabe es que Dios escribe derecho con los renglones torcidos de los hombres.

 

Hemos visto con nuestros ojos cuatro etapas de destrucción desde 1978.

1.   En la primera, se ha destruido el suave y liberador Reinado Social de N. S. Jesucristo en las leyes y la política, a raíz de la Constitución agnóstica o atea de 1978, que atenta contra única España posible, la España católica desde el glorioso IIIer Concilio de Toledo.

2.   En la segunda, y como consecuencia lógica de lo anterior, el poder político está queriendo destruir el Reinado Social de Jesucristo en la sociedad.

3.   En la tercera, hoy se quiere destruir la verdad del ayer, la conciencia de nuestro pasado, verdad que en parte explica e ilumina nuestra vida espiritual de Fe, Esperanza, y Caridad, y, también, verdad que explica e ilumina nuestra vida como personas y españoles. Quitad a la mesa uno de los soportes que la sostienen, y quedará coja o bien del todo caída. Y un soporte nuestro es la continuidad de la Iglesia, del hombre y las comunidades humanas. Romper la continuidad es romper la tradición, y romper ésta es empezar a disolverse como personas, comunidad y en las creencias.

4.      Por último, duele hablar de la mala memoria histórica de algunos de hoy. En efecto, existen historiadores de la Iglesia, y hasta algunos eclesiásticos, que minusvaloran, critican y hasta rechazan las actuaciones no liberales de la Iglesia universal y en España, o bien actuaciones contrarias al liberalismo. Incluso tienen el atrevido orgullo de rechazar lo enseñando y actuado por algunos pontífices como, por ejemplo, el beato Pío IX, a Pío XI que condenó  el “modernismo moral, jurídico y social” propio del liberalismo (“Ubi arcano” 23-XII-1922, nº 55-56). Claro es que otros rechazaron antes a S. Pío X por condenar el modernismo religioso en su  encíclica “Pascendi” (1907). Lo más curioso es que algunos rechacen este último modernismo, pero no el primero citado. Estos tales se desligan de la doctrina católica contra el liberalismo, y critican la firmeza de la Iglesia cuando afirmaba la tesis doctrinal católica, e incluso exigía y animaba a aplicarla a los católicos de los países de mayoría social católica. Advertir este oscurecimiento de la memoria de la Iglesia, injusto en sí mismo y peligroso para la Fe, es doloroso para un católico. Llaman, a dichas actuaciones, actuaciones preconciliares, negando así la Tradición de la Iglesia, el Magisterio perenne y la universalidad de la doctrina católica. Que ocurra entre algunos eclesiásticos, es incomprensible. Pero, que ocurra entre historiadores que se consideran empíricos, es paradójico, porque el historiador debe retratar hechos del pasado, así como sorpresivo y tramposo, porque hacen colar una opinión personal en un marco que se presenta como científico. En cualquier caso, es inadmisible y refleja la crisis de las conciencias.

 

Lo que hoy vivimos son las consecuencias lógicas del agnosticismo, del ateísmo práctico y de la ruptura con la Tradición propia de la Constitución de 1978, aunque los liberales moderados no lo quieran admitir. Y cada destrucción de las tres primeras citadas es una herida, una ruina cada vez más profunda, del español en cuanto hijo de España, del ser humano en cuanto hijo de Dios. ¡Pobre hombre, imagen visible de Dios invisible!.

 

Es paradójico: dijeron los liberales moderados y radicales que no importaba el pasado (nosotros, como tradicionalistas que somos, siempre dijimos que sí importaba, y mucho), dijeron que sólo existía el presente para que todos fuésemos tan amigos en el paraíso terrenal de la democracia liberal-socialista que sufrimos (por lo visto ahora reaparece el sectarismo), dijeron que sólo importaba el futuro (hecho para la partitocracia y la actual destrucción expresa y directa del hombre)... y ahora los liberales radicales –más lógicos que los moderados- vuelven a releer el pasado, y además manipulándolo a su manera. Una vez más sus hechos les desmienten. ¿Qué buscan con ello?, porque -sin duda- algo pretenden.

 

Se equivocaron quienes dijeron que el pasado no importaba. En efecto y a la larga, la verdad sale por sus fueros y se impone sola. Porque no hay futuro sin presente, y no hay presente sin pasado. El pasado del hombre y las comunidades, el hondón humano de la tradición, condiciona -y mucho-, el presente y el futuro. Todo grupo humano, también el político, mira hacia sus raíces: unos miran a Cánovas del Castillo, otros a Pi y Margall, unos terceros a  Pablo Iglesias, Durruti y otros. Pues bien, nosotros miramos mucho más allá, mucho más alto, hasta las estrellas –como decía Dante-, pues miramos, y contemplamos, con amor y con ardor, la gloriosa tradición católica y española, a esta España nuestra configurada en la Religión católica, y miramos también como antesala del Primer cielo de Dante, a la misma Iglesia que en la Tierra milita.

 

En realidad, si desde hace décadas decían que no practicásemos la memoria histórica era porque entonces nosotros éramos fuertes. Ahora que somos débiles, practican ellos la memoria histórica para cambiar el pasado que fue y, desde él, conquistar las conciencias y los sentimientos como si de una calculada revancha se tratase, para después perpetuarse gratuitamente en el poder.

 

Se equivocaron quienes creyeron que el pasado no importa. ¿No sabían que cambiar la memoria histórica es una forma de atentar contra la verdad, contra la realidad, que, como Marx se proponía, quieren transformar?.

 

Una vez más, se ha visto que el elemento nuclear de la lucha es entre civilizaciones. Hoy, la civilización del odio persigue al hombre por el hombre mediante el aborto y  eutanasia, ensuciar la conciencia moral y católica, y ahogar hasta libre albedrío... Así lucha contra la civilización del Amor y el triunfo de la Vida, contra la libertad de los hijos de Dios. Y el odio no sabe perdonar: el odio es tal porque actúa contra el Amor.

 

Y cuando hablamos de civilizaciones –ciudad del odio frente a la ciudad del Amor-, incluimos a todo el hombre, y a las obras de los hombres, sean de la Iglesia Católica, sean de los católicos de a pie y sus gobernantes. Así pues, la ciudad del odio miente descaradamente sobre las obras de la Iglesia y de los católicos españoles. Hoy se quiere destruir la memoria histórica por dos motivos. Uno, porque se quiere destruir a España, amazona y valladar firmísimo de la Iglesia, en cuyo nombre resuena con fuerza y hermosura el nombre de la Iglesia, nuestra Santa Madre. Segundo, porque la memoria histórica modela fuertemente la necesaria Fe católica hecha cultura y, por ello, hasta la conciencia católica.

 

Si no acepta Vd. la mentira sobre el conocimiento del pasado, le pueden obligar a silenciar lo que Vd. piensa y cree. ¿Cómo?. Basta hacer declaraciones políticas institucionales y callar así toda otra voz enviándola al ostracismo. Es algo así como el periódico mural de la China de Mao. Así, el ambiente creado desde las instituciones será tan fuerte que puede retraer a los escritores e historiadores discrepantes.

 

¿Cómo obligar a creer lo que ellos creen?. El primer paso es obligar a pedir “perdón”. Luego vendrá el lavado de cerebro televisivo y sobre papel, los libros de texto escolares obligatorios, los profesores ideológicos e incluso ajenos a los criterios familiares, la polémica asignatura de “educación para la ciudadanía” etc...

 

Pongamos un ejemplo de Declaración institucional. El marco es la que fue gloriosa Navarra. Respetar la verdad, respetar a la Santa Iglesia y la memoria histórica, exige hoy suprimir las calumnias de la Declaración del Parlamento de Navarra del 26-III-2003, en sesión del 10-III-2003 (2). Esta declaración fue aprobada gracias a CDN y, en lo que corresponde a la Iglesia, denunciada por el Sr. Arzobispo Mons. Sebastián. Trata “sobre (...) las personas fusiladas y represaliadas durante la guerra civil en Navarra”. La calumnia de la Declaración es esta: “Los asesinatos se llevaron a cabo por partidas organizadas a tal fin por los sublevados, dirigidas por sus juntas de guerra”. “Estos actos criminales se llevaron a cabo no sólo con el beneplácito de la jerarquía eclesiástica de la Iglesia Católica, manifestada públicamente a favor del llamado ‘Alzamiento’, sino en algunos casos con su participación directa”. La calumnia está dicha, está escrita, y olvidada por todos, que se dedican a comer, beber y vivir. Nosotros la seguimos denunciando.

 

Por último, la manipulación de la verdad que exige la memoria histórica global, unida a la destrucción del matrimonio, de la adopción sana de hijos, las libertades cívicas, la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural... es, en última instancia, un atentado contra las obras de Dios, y, a través de sus obras, contra Dios mismo –lo que será siempre fallido-.

 

Según todo lo dicho, ¿no es evidente la importancia de estas XVIII Jornadas de la Unidad Católica, promovidas con el título “Los católicos y la memoria histórica”?.

 

4. ¿CUÁLES SON LOS ORÍGENES INMEDIATOS DEL COMBATE CONTRA  LA VERDAD?.

No me refiero ahora a los orígenes últimos de la lucha de algunos contra la verdad, que tantos historiadores han desvelado, como Carlos Corona Baratech respecto a finales del s. XVIII relativo a la usurpación y manipulación del término progreso por los enciclopedistas, en su día Menéndez Pelayo sobre el s. XIX relativo al término modernidad y ciencia. Tampoco me refiero a la lucha contra la verdad de las ideologías como el liberalismo y el marxismo, que continúan viciando cátedras, libros y opiniones. Por ejemplo, el marxismo –que perdura en mentes de muchos- siempre utilizó la Historia como arma dialéctica para transformar la realidad. Así como hay un neoliberalismo, existe también un neomarxismo, en el cual el proletariado es sustituido por el nacionalismo separatista antiespañol, por la emigración indiscriminada, el falso feminismo (lucha de género), y ahora la memoria histórica..., a quienes instrumentaliza para la lucha y como motor de la Historia, con el ánimo puesto en la IIIª República y la persecución a todo lo católico. Como en el triste pasado de 1931.

 

Me refiero ahora al origen más inmediato y organizativo de quienes plantean el olvido de la verdad para hacer triunfar errores manifiestos. No soy dado a rebuscar cosas raras, pero sí hay cosas que saltan a la vista desde los documentos para un historiador. Luego se ha visto que lo expresado en dichos documentos se ha cumplido, así como los actuales partidos socialistas –aburguesados y vividores- son un avispero de la masonería.

 

Según Mons. Zacarías de Vizcarra, Obispo Consiliario General de Acción Católica, las consignas de la Masonería Internacional dictadas en París, conocidas en 1937, fueron "divulgadas secretamente entre los elementos masónicos emboscados en la zona nacional. Sus tres puntos principales eran: A) Trabajar primeramente para lograr un armisticio entre las dos Españas en lucha, a fin de llegar al arreglo de una paz negociada; B) Cuidar luego de ir borrando el signo católico que ostentaba la España Nacional; C) Valerse de la táctica de exaltar en toda ocasión los valores intelectuales de los izquierdistas y guardar silencio acerca de los intelectuales católicos. Estas consignas, hábilmente difundidas en la zona nacional, tuvieron eco inmediato, hasta en ambientes que parecían estar al abrigo de toda sospecha" (Madrid, "Ecclesia", nº 658, sábado, 20-II-1954, p. 204-207).

 

Fijémonos en esto último, y tendremos respuestas. Esto se fue cumpliendo durante el régimen de Franco. Así, la causa del paulatino oscurecimiento de la vida cristiana no fue –o no fue sólo- la industrialización. Sobre la presencia de la masonería entre los vencedores de 1939, me remito a las memorias de Eugenio Vegas Latapie (3).  Poco a poco la fe católica de la juventud se enfrió, la izquierda cuajaba en sectores juveniles y clericales, se creyó que sólo había intelectuales de izquierdas, los españoles desarrollaron falsos complejos, y se opuso tradición y progreso etc. Incluso en la revista Índice, su director J. Fernández Figueroa decía que la “heredera natural” de Franco era la Izquierda (nº 241, 15-II-1969). Así, como suena. Y luego vino todo lo demás. Entre otras cosas, ¿no explica esto que algunos, manipulando –queriendo o sin querer- los bellísimos términos y aspiraciones universales de verdadera Concordia y Paz, pretendan borrar hasta la huella física de los mártires?. Allá ellos, pues muchos mártires están siendo elevados a los altares.

 

 

  5. MI TEMA.

Creo que lo dicho hasta aquí era el obligado pórtico de estas XVIII Jornadas. Ahora, continuando este breve ensayo histórico, me veo obligado a ceñirme al título que me han encargado: “Persecuciones religiosas en el siglo XIX”. Lo hago con gusto. Los datos que aportaremos son rigurosamente históricos, sumándoles a ellos los caracteres y estilo propios del ensayo.

 

Por motivos fáciles de entender (adecuación a los Seglares Españoles, al público y al tiempo disponible, y por coherencia interna) me referiré como botón de muestra al liberalismo en España del s. XIX. Lógicamente, la Tradición española no se reduce al s. XIX, sino que salta al XX y al XXI, pues la Tradición es la vida sana de un pueblo que se transmite y desarrolla en las diferentes circunstancias.

 

No es el momento de dar una clase magisterial. Realizaré algunas pinceladas de lo mucho que olvidan los libros de texto de  segunda enseñanza, del bachillerato y universidad. Por el olvido viene la ignorancia. Y, por ésta, creadora de vacíos, vienen errores manifiestos con pretensión de cubrirlos. Así, se ha ido modelando el conocimiento y conciencia de millones de españoles. Por eso, hoy es fácil constatar cómo se hace gala de saber cuando en realidad no se sabe, cómo se combate el bien sin saber por qué, y cómo algunos se extrañan de las mayores glorias de la Historia de la Iglesia y de España, de la España católica. Así pues, tengamos santa paciencia cuando hoy, algunos noveles y neófitos, realizan como gran descubrimiento verdades que siempre habían sido aceptadas.

 

Los católicos del siglo XIX sufrieron mucho víctimas del liberalismo radical y del moderado. Sufrieron de los Gobiernos liberales, de los agitadores de masas, y de aquellos –añado- que complacían a los malos o callaban para así conservar su comodidad o su bolsa de oro. De lo primero han dado buena cuenta autores, por ejemplo don Marcelino Menéndez Pelayo, José Andrés-Gallego, Domingo Benavides Gómez, Vicente Cárcel Ortí, José Manuel Cuenca Toribio, Francisco José Fernández de la Cigoña, Melchor Ferrer, Andrés Ollero Tessara, y otros historiadores de la Iglesia. Claro es que, en nuestros tiempos de parcialismo y petulancia, esto suele ignorarse. Se callan las persecuciones religiosas, la desamortización, las matanzas de frailes con los liberales radicales, o bien el avance de la irreligión con el liberalismo moderado. Incluso algunos llegan a echar la culpa a las víctimas por su pérdida de seguridad, propiedad y hasta de la vida.

 

¿Cuáles son objetivos que el liberalismo tuvo en su punto de mira?. El liberalismo persiguió a la Iglesia como institución, a los clérigos, a los católicos de a pie –también a los pobres y sencillos-, las creencias católicas que informaban el Estado e instituciones públicas, y la propia conciencia católica, sus expresiones religiosas y sus santos.

 

Sería cansino enumerar los errores y pecados de los Gobiernos liberales, y muy doloroso recordar los numerosos crímenes y robos, presiones y extorsiones, atropellos y matanzas realizados por el mal llamado “pueblo” revolucionario, por los  Ayuntamientos y Juntas revolucionarias, atizado todo ello por la actividad de los Gobiernos como causa ejemplar, o bien por la secta masónica.

 

El primer liberalismo fue hijo del absolutismo, del despotismo ilustrado y de los ilustrados rupturistas con la tradición española. Fernández de la Cigoña recuerda con acierto que: “En este caldo de cultivo (del siglo XVIII) va a nacer enseguida, inmediatamente, el primer liberalismo español. Los personajes, incluso, van a ser los mismos. Y el pueblo también. Y, curiosamente, los que estaban contra Roma con el absolutismo serán los mismos que lo estarán con el liberalismo” (4). Pensemos en el regalismo, en la expulsión de los jesuitas en 1767 y su disolución en 1773, en las desamortizaciones iniciadas por Carlos III y IV, y en el intento de cisma de Mariano Luis de Urquijo el 5-IX-1799.

 

Todo esto, que ocurrió en el s. XVIII, prefiguraba el liberalismo, con la subordinación de la Iglesia al Estado del liberalismo radical, y la herética separación absoluta Iglesia-Estado del liberalismo moderado. ¡Cómo se olvida hoy todo esto!. ¡Qué claro fue El Liberalismo es pecado de Sardá y Salvany!. ¡Qué luminoso fue el Magisterio de la Iglesia, del que destaca la Quanta Cura y el Syllabus del beato Pío IX ... !.

 

Los libros de Historia actuales callan o cambian los hechos o aplauden los contrarios. Nada dicen de Napoleón y José Bonaparte, cuando abolieron del Santo Oficio –tan querido por los españoles-, vendieron las obras pías, redujeron los conventos, suprimieron las órdenes monacales mendicantes y de clérigos regulares y nacionalizaron sus bienes, abolieron la jurisdicción civil y criminal propia de los eclesiásticos, y ordenaron la recogida de plata labrada de las iglesias. Todo un ejemplo de opresión, jurídica y práctica, y de pillaje al servicio del poder, de la ambición y del dinero.

 

Muchos profesores callan sobre la política religiosa de las Cortes de Cádiz en 1812. Silencian que el pueblo no quería la abolición del Santo Oficio, ni la destrucción de todas las tablas, cuadros y retablos conservados en los templos con memoria de los penitenciados por el Santo Oficio. Omiten la abolición del voto de Santiago. Callan el secuestro a beneficio del Estado de todos los bienes de los conventos disueltos, extinguidos o reformados, aún  con la promesa de devolverlos a sus dueños si llegasen a restablecerse. En 1812 se impusieron algunas cargas a los bienes del clero secular. El 9-IV-1813 fue expulsado el nuncio Gravina. Se llegó a decretar la celebración de un Concilio Nacional de manera que el Gobierno interviniera en la disciplina externa al viejo estilo regalista. Hasta hubo un proyecto de prescindir de la confirmación de los obispos por parte del Papa, al menos mientras no hubiese comunicación con Roma.

 

Tras el sexenio absolutista de Fernando VII (1814-1820), los males abundaron en el Trienio Liberal (1820-1823). En éste, se suprimió de nuevo el Santo Oficio (9-III-1820). Se abolió la Compañía de Jesús. Es más, se prohibe a las Órdenes religiosas admitir nuevos profesos. El Gobierno cierra los conventos con menos de 24 individuos, suprime las instituciones monacales, y nacionaliza los bienes de las comunidades extinguidas. Se da libertad a las monjas para salir de la clausura. Se reduce el diezmo a la mitad, se desamortizan capellanías y patronatos. También se expulsa a obispos. Los revolucionarios asesinan incluso a algunos obispos como el de Vich, D. Ramón Stranch, desarrollándose escenas sangrientas que recordaban las de la revolución francesa.

 

De nuevo el rey absolutista Fernando VII (1823-1833) no supo restaurar la monarquía tradicional española, pues atentó contra la Iglesia reteniendo bulas, cometiendo simonías y ejecutando actos de un regalismo exagerado.

 

Los Gobiernos de Isabel II, opuestos al rey legítimo don Carlos V, practicaron el regalismo, cometieron el insigne latrocinio de la desamortización eclesiástica de Mendizábal (1836) y después de la posterior desamortización -eclesiástica y municipal- de Madoz (1855), y promulgaron leyes poco favorables y aún contrarias a los derechos de la Iglesia. Descaminados andan los historiadores que olvidan o minusvaloran estas grandes cuestiones. Descaminado también Juan Sáiz Barberá cuando considera legítima de ejercicio la monarquía constitucional de doña Isabel, cuando quiere excusar a ésta señora (5), y cuando confunde la Casa Real de Borbón con la rama isabelina-alfonsina. Dicho autor ignora que a su falta de legitimidad de origen, se sumó la pérdida de legitimidad de ejercicio, aunque reconozca -no obstante- que en la rama isabelina “el poder político afrancesado estaba disociado del poder social del pueblo que era católico y ferviente cristiano" (id. pág. XIII).

 

¡Ay los embelesos de la noble cuna, del poder y del mando!. Recordemos aquella copla de Jorge Manrique que dice: “Pues la sangre de los godos,/ y el linaje e la nobleza/ tan crecida,/ ¡por cuántas vías e modos/ se pierde su grand alteza/ en este vida!” (Coplas a la muerte de su padre, Copla X).

 

¡Ay de las pasiones y de los palacios!. ¿Qué tiene el poder y qué las pompas y oropeles de la vida?. Y dice también Manrique: “Las dádivas desmedidas,/ los edeficios reales/ llenos d’ oro,/ las vaxillas tan fabridas/ los enriques e reales/ del tesoro,/ los jaezes, los caballos/ de sus gentes e atavíos/ tan sobrados/ ¿dónde iremos a buscallos?.;/ ¿qué fueron sino rocíos / de los prados?” (Copla XIX).

 

¿Qué tiene el poder que excusa a los responsables de las persecuciones, a sus consentidores y tontos útiles, y mientras se castiga al ciudadano de a pie por culpas mucho menores, o incluso se persigue al inocente y hasta la Esposa de Cristo?. Y en esto, hoy como ayer. Recuerde, sí “recuerde el alma dormida,/ avive el seso e despierte” (...) ¿Por qué  muchas veces se ocultan la verdad y se excusan crímenes y pecados de los poderosos?.

 

Nadie habla de los sucesos sangrientos del liberalismo ejecutados por lo que mal llaman “el pueblo”. Aquí sólo mencionaré uno. Cuenta Menéndez Pelayo en sus Heterodoxos, que las logias promovieron la matanza de frailes en Madrid, ejecutada por una cuadrilla de malhechores y ante la debilidad y pasividad del Gobierno. Eran los días 16 y 17-VII-1834. Fue en Madrid cuando brotaba y brotó durante horas una “sangrienta charca”, fruto de una espantosa carnicería, originada por una “matanza regular y ordenada” de frailes. Y, desde Madrid, la charca de dolor extendió su mancha de sangre con brillo de incendios, por Zaragoza, Murcia, Reus, Tarragona, y Barcelona.

 

Se revivían así las Actas de los primeros mártires romanos de la Santa Iglesia en España (6). Y en albor de la mañana, como himno de Aurelio Prudencio, los mártires rezaban: “¡Noche, tinieblas, nubes/, turbulencia y confusión del mundo;/ la luz penetra, el cielo/ alborea: Cristo llega; retiraos!” (“Himno de la mañana”, v. 1-4).

 

Casi en paralelo, las Cortes de 1834 decretaron la abolición del voto de Santiago, legitimaron las compras y ventas de bienes nacionales de 1820-1823, y aplicaron los bienes de la amortización eclesiástica a la extinción de la deuda pública. El Gobierno expulsó a los jesuitas, y suprimió los conventos con menos de 12 religiosos. Más tarde, las juntas revolucionarias desterraron a  obispos, se apoderaron de los bienes de la Iglesia y hasta vendieron campanas de los conventos.

 

Algunos suelen disculpar la desamortización de los bienes de la Iglesia –“insigne latrocinio”- realizada por Álvarez Mendizábal el 19-II-1836, que fue hecha con toda injusticia y, concretamente, contra la Iglesia. A la vez, el tal Mendizábal cerró  monasterios y conventos, nombró una Junta de demolición para echarlos abajo o convertirlos en cuarteles, suprimió todos los conventos de frailes y redujo el número de los conventos de religiosas.

 

En las Cortes liberales radicales de 1837 se atacó incluso a la autoridad pontificia. Por primera vez en la Historia de España desde el año 589, la Constitución “progresista” de 1837 ignoró que la religión católica era la única verdadera religión, y estableció una gran tolerancia y casi libertad religiosa. Las Cortes suprimieron los diezmos y primicias que la Iglesia recibía del pueblo. Primero se robaba a la Iglesia y después se impedía su propio mantenimiento: era la manera de “aplastar a la infame” según frase del impío Voltaire.

 

Terminada la primera guerra carlista con la traición de Vergara realizada por Rafael Maroto (1839), jefe del Ejército del Norte, pasaron los años y los liberales moderados llegaron al poder en 1844. Las aguas parecieron calmarse, pero los principios disolventes del liberalismo actuaban soterrados en los Gobiernos. Jaime Balmes desveló con serenidad que el partido liberal moderado tenía una falsa posición, que pertenecía a uno de esos “sistemas indecisos y flacos, que no parece sino que tratan de transigir con las pasiones de todos los bandos, y que al fin no consiguen otra cosa que ser odiados de todos”, y que sus hombres estaban formados en la escuela del s. XVIII (7).

 

El 16-III-1851, tras el hartazgo revolucionario liberal-radical, y con casi dos años de negociaciones, la Santa Sede y el Gobierno liberal-moderado español firmaron un Concordato. En él se tranquilizaba la conciencia de los compradores de los bienes robados a la Iglesia, se devolvía a Ésta los no vendidos, y se le reconocía el derecho a la propiedad. Así, el liberalismo de formas moderadas consolidó la Revolución. Luego, los liberales radicales vulnerarán el Concordato siempre que quieran.

 

Los males se ahondaron con la nueva revolución liberal radical o progresista de 1854-1856, que prescindió del Concordato de 1851, cerró la nunciatura, deportó a los jesuitas, dio el pasaporte al Nuncio, prohibió las procesiones por las calles, puso en venta los bienes de la Iglesia, y cuestionó abiertamente la unidad católica ofreciendo la libertad de cultos.

 

Más tarde, y mientras los Gobiernos liberales se sucedían y hacían agua por todas las partes, en 1866 el Gobierno moderado reconoció al Reino de Italia, originado con la usurpación de los Estados Pontificios al Papa Pío IX. Ello hizo que no pocos católicos se apartaran de Isabel II. Cándido Nocedal, que de liberal moderado pasará a ser “neocatólico” y a reconocer a don Carlos VII como rey legítimo, hizo un bizarro y valiente discurso el 21-II-1866 en defensa de los derechos del Papa, llamando “vandalismo y piratería” a la unidad italiana y “gobiernos abyectos” a los que la habían reconocido, según cuenta Menéndez Pelayo en su Historia de los Heterodoxos Españoles. Poco después, doña Isabel, la “reina de los tristes destinos” a decir de Antonio Aparisi Guijarro, será expulsada por los liberales radicales en 1868.

 

Doña Isabel y mucha gente de alto copete -en vivo contraste con el sufrido pueblo- fueron tolerantes y aún cómplices con la revolución por un plato de oropel y lentejas. Obtuvieron del buen Papa Pío IX el Concordato de 1851 a beneficio de los compradores (excomulgados) de los bienes robados a la Iglesia, y pagaron este favor al Papa, en 1866, reconociendo a los que le habían arrebatado los Estados Pontificios. Recordemos que los Estados Pontificios, tal y como proclamaron todos los Papas desde Pío IX hasta los acuerdos de Letrán de 1927, eran una garantía necesaria para la libertad espiritual de la Iglesia, lo que es ignorado por algunos historiadores que, a pesar de decirse imparciales,  plasman en sus libros una subjetiva admiración por el nacionalismo moderno y el Estado liberal a costa de los Estados Pontificios, o bien temen la llamada “fuerza irresistible” de los tiempos –o del mal-, criticando a Pío IX y a los Pontífices que le suceden hasta Pío XI por su resistencia al despojo de sus Estados.

 

Llegó el sexenio revolucionario, radical o democrático (1868-1874). La revolución se desbocó. Vemos que los períodos liberales, ya moderados ya radicales, se alternan. Con ello la Revolución se consolidaba y avanzaba. La sesión de Cortes del 26-IV-1869 será llamada la “Sesión de las blasfemias”. ¡Qué dirían de esto el gran rey Recaredo o Isabel la Católica!. Si la Constitución de 1869 quebró la Unidad Católica, ésta fue defendida con vigor por el cardenal Cuesta, por el obispo de Jaén (Antolín Monescillo y Viso), el ilustre canónigo Vicente Manterola, y los seglares Ortiz de Zárate, Guillermo Estrada, Cruz Ochoa, Vinader y Díaz Caneja. Tres millones y medio de firmas de entonces (sin teléfono e Internet) llegaron a las Cortes en defensa de la Unidad Católica. Pero nada lograron. El clero se negó reiteradamente a jurar esta Constitución (Cárcel Ortí). Don Carlos VII, vistas las trampas electorales y la incapacidad representativa del sistema liberal, preparaba sus Ejércitos.

 

De nuevo, durante seis años 1868-1874 (incluyendo los 11 meses de la Iª República), la Iglesia será perseguida en sus derechos, instituciones, personas y bienes, ya por los Gobiernos ya por la revolución social. Fue larga la lista de agravios que sufrió la Iglesia (incluido el matrimonio civil) (vid. Cárcel Ortí; y Art. “La restauración y la Iglesia” en La España Católica, 2-I-1875, cit. en Benavides Gómez). Además, Menéndez Pelayo informa de dos conatos  cismáticos. Uno, en tiempos de Amadeo de Saboya y un poco después (1872-1875), con ocasión del indigno Llorente, arzobispo excomulgado y cismático de Santiago de Cuba. Otro, con la Iª República, cuando el 9-III-1873 Castelar provocó un nuevo cisma, que Martos calificó -en su decreto de 1874- de tentativa de “Iglesia nacional”.

 

Entre los muchos sacrilegios de esta época, Menéndez Pelayo escribe: “En Palencia, sobre si se tocaban o no las campanas para festejar el triunfo de los republicanos y su entrada en Bilbao, fueron asaltadas y horriblemente profanadas las iglesias el 2 de mayo de 1874, derramada el agua bendita, rasgados los lienzos, rotos los facistoles, desencuadernados los misales, mutiladas las imágenes, violado el sagrario y esparcidas por tierra y pisoteadas las sagradas formas, todo entre horribles imprecaciones y blasfemias tales, que no parecía sino que todos los demonios se habían desencadenado aquel día en la pacífica ciudad castellana” (Heterodoxos, v. II, p. 990). Por otra parte, ¡qué fecha tan simbólica –y tan mal aplicada en este caso- la del 2 de mayo, fecha de dicha horrorosa profanación!.

 

La Restauración liberal-moderada o alfonsina de 1874 puso fin, con las armas, a la revolución violenta mediante el pronunciamiento militar de Sagunto, pero, como en 1844 con Narváez, mantuvo los principios liberales. Y lo hizo con duplicidad y engaño al declararse liberal pero también católica (Manifiesto de Sandhurst, 1874). Los mentores de la restauración liberal-moderada no estaba dispuestos a suprimir lisa y llanamente la libertad religiosa de la Constitución de 1869 (Benavides). Cánovas estaba dispuesto a introducir la tolerancia religiosa “con la venia o sin la venia del Vaticano” (id.), y presionó contra los políticos partidarios de la unidad religiosa. Las elecciones fueron un perfecto fraude del muñidor electoral Romero Robledo, de manera que “los defensores de la unidad religiosa sólo fueron elegidos allí donde el Gobierno no quiso impedirlo” (íd.). El artículo 11 de la Constitución de 1876, condenado por Pío IX, el nuncio y el Episcopado español el pleno, quebraba con sutileza la Unidad Católica, quedando de hecho triunfante la libertad religiosa. La crítica de algunos historiadores profesionales, que hacen gala de imparciales y empíricos también actúa en este caso. Luego vino la aparición de los mestizos y reconocementeros, el fracaso de la Unión Católica como partido clerical (dirigido por los obispos), la traición del marqués de Pidal -considerada así en su época al pasarse a Cánovas por un Ministerio- en 1884, las frecuentes reclamaciones episcopales posteriores para recuperar la Unidad Católica (a pesar de la inicial R.O. del 23-X-1976 de naturaleza restrictiva)...

 

Los males se siguieron, aunque menos ruidosos que con el radicalismo en el poder, según cuenta Menéndez Pelayo: desde el Art. 11 se llegará por pendiente suavísima a la proclamación del error y del mal en las cátedras, a los proyectos de matrimonio civil y de secularización de cementerios, a la expansión de los krausistas, racionalistas, espiritistas con tolerancia o apoyo del Gobierno, a la crisis de las relaciones de la Iglesia y el Estado. El que fue masón Sagasta llegó a ocupar la presidencia de Gobierno. El mismo Pidal, ministro de Fomento, tuvo que asistir a un infame discurso del masón Miguel Morayta en la Universidad Central en 1884. Los liberales moderados crearon conscientemente el sistema del turno político. Los restantes males que sufrió la Iglesia en esta época los narran Francisco Martí Gilabert, J. Andrés-Gallego, Benavides Gómez, Melchor Ferrer y otros. Así entramos en el s. XX.

 

CONCLUSIONES:

1. Hay muchos libros que cuentan la Historia de una forma unilateral y sesgada, siguiendo una perspectiva liberal y acrítica. Se han escrito desde los ganadores y el poder constituido, desde el mundo oficial y establecido, el “qué dirán” y el prestigio a alcanzar. Escribir así difunde la mentalidad liberal, y dificulta el pensar en la grave responsabilidad de los liberales (moderados o radicales) y del liberalismo. Pues bien, nosotros sabemos que un historiador debe abarcar todas las perspectivas, también la del perdedor y el perseguido: debe alcanzar los hechos, y presentarlos permitiendo que, desde ellos, el católico pueda realizar una adecuada crítica.

 

2. El liberalismo, sea moderado o bien radical, fue considerado una herejía por la Iglesia, a la que en el s. XX se sumarán otros graves errores. Fue un declarado enemigo y perseguidor de la Iglesia en el siglo XIX. Y lo será en el XX. De ello fueron responsables los liberales radicales, los moderados y aquellos otros que, consentidores –quizás pensaban que hacían un bien-, actuaron motivos por el qué dirán, su falta de fortaleza, y el deseo de cuidar cargos y bolsa. No existió  laicismo radical sin ese laicismo moderado (simplemente laicismo) que promovió la secularización de las instituciones públicas.

 

3. El liberalismo radical y moderado persiguieron a la Iglesia en sus principales derechos, aunque lo hicieron de una forma diferente. Uno u otro persiguió su derecho a enseñar, a gobernar las almas, a la libertad de culto externo o público, a tener prensa y asociarse. Persiguió su derecho a la propiedad, la buena fama, la seguridad y hasta -en muchos casos- la vida. La Iglesia sufrió la libertad indiscriminada de cultos, la secularización del Estado, el monopolio estatal de la enseñanza, la licencia de una prensa irresponsable, la persecución que atenta contra la vida y la seguridad así como contra las propiedades. Lo mismo recoge Pío X refiriéndose a la Iglesia universal en 1913 (“La libertad de la Iglesia”).

 

4. El liberalismo -los liberales radicales y moderados-, tan enemigo de los católicos y los tradicionalistas, nunca pidieron perdón por sus intentos –y éxitos- de expulsar a N. S. Jesucristo de las leyes e instituciones, de las costumbres del pueblo y las almas de los españoles. No ha pedido perdón por atentar contra la confesionalidad y unidad católicas sociales, jurídicas y políticas. No lo ha pedido por la persecución que ha sometido a la Iglesia, ni por los atentados contra sus derechos. Tampoco lo ha pedido por traer a España -y divulgar- ideas falsas, impías y anticatólicas. Menos todavía ha pedido perdón por las calumnias vertidas contra la Iglesia y la tradición española, o bien contra el Carlismo, los carlistas y los Reyes de España cuyos derechos estos defendieron, ni por divulgar leyendas negras que pretendían ensuciar los iris y oasis de verdad. ¿Cómo iban a pedirlo los empecinados en los errores liberales?. ¿Cómo los doctrinarios o moderados?. ¿Cómo los posibilistas y llamados prudentes, los oportunistas en cualquier ámbito del poder –político y social, económico, intelectual y académico...- y los complacientes con los  liberales?. 

 

5. Como esta colaboración es un ensayo histórico, y además, en cuestiones puntuales e importantísimas, creo que un historiador puede y debe ofrecer su criterio, distinguiéndolo siempre de los hechos que narra, creo que la peor persecución contra la Iglesia es expulsar a N. S. Jesucristo de las leyes y, desde ellas, de la sociedad como tal (al final adviene lógicamente el intento de expulsarlo de las familias y conciencias, que es la situación actual). Aquella situación es peor que la persecución contra la vida y las propiedades. También es peor la persecución moderada que la violenta, porque destruye más y también dura más, según escribieron en el siglo XIX y comienzos del XX, José Roca y Ponsa (magistral de Sevilla), Ortí y Lara, el P. Corbató, Bolaños (seud. Eneas), Gabino Tejado, Cándido y su hijo Ramón Nocedal, Botella y Serra (Estanislao...), Vázquez de Mella y tantos otros.

 

6. En el mismo sentido que el punto anterior, y como suele decirse que no hay mal que por bien no venga, la persecución liberal ayudó a configurar un pensamiento político y social, católico y tradicional, en la España fiel a su tradición, incluso con aportaciones de otros países más allá de los Pirineos en la cuestión religiosa, política y cultural, social y laboral. Hay que hablar mucho de los buenos pensadores españoles. Hay que hacer añicos el falso mito de que los buenos no piensan y, que sólo la izquierda revolucionaria tiene intelectuales (recordemos la ya citada consigna de la masonería de 1937). La persecución liberal también ayudó al florecimiento de una cultura y prensa católicas, y a una mejora educativa y social, mucho antes que llegase la “Rerum Novarum” (1891) de León XIII, y antes que llegasen -como “seres de otro mundo” a decir del buen Alonso Quijano, don Quijote- la que se autoproclamó escuela educativa de los krausistas, o bien la revolución anarquista y socialista-marxista.

 

7. Es un dato objetivo que la persecución liberal provocó un afianzamiento, un reverdecer y una purificación de la sociedad católica y tradicional, organizada y resistente, que a partir de 1833, y por diversas circunstancias, optó por jurar fidelidad a D. Carlos V como jefe de la Familia Real y monarca de todos los españoles. Este pueblo vigoroso de acogedora mirada, llenó campos y ciudades, y se opuso firme y decididamente a la Revolución liberal, y, al igual que frente a Napoleón, llegó a ofrecer su vida en momentos culmen y trágicos, desde la guerra contra la Convención de 1793 hasta el final de la última guerra de 1939. Este pueblo perseveró con firmeza durante generaciones también gracias a la recíproca fidelidad del su Rey para con su pueblo. En este sentido, España ha sido la admiración de propios y extraños, cuya abnegación, heroísmo y limpios ideales, destellaron en el campo de batalla lo mismo que destellan en la vida cotidiana y familiar, en los círculos, en la política, en la prensa y la cultura (8)

 

8. Hubo algunos clérigos conflictivos adictos a las nuevas ideas, desde Antonio Tavira (s. XVIII) y los afamados por las Cortes de Cádiz de  1812, hasta García Blanco en las Cortes de 1837, Llorente en 1873 y otros posteriores. Otros clérigos hicieron daño al meterse en política contra los tradicionalistas, tales como el cardenal Sancha de Toledo y –en menor grado- Cascajares de Valladolid. Otros quedaron condicionados por el derecho de presentación de los Gobiernos liberales, de modo que algunos no estuvieron a la altura de las circunstancias, al no ejercer adecuadamente como valladar frente al liberalismo práctico. Sin embargo, hay que recordar y cantar a la gran mayoría que fueron firmes pastores.

 

9. Este trabajo ha seguido una orientación algo negativa, fruto de la formulación del tema propuesto, pues analiza cómo el liberalismo y los liberales persiguieron a la Iglesia católica. Dejo para otra ocasión el análisis en positivo, es decir, cantar de alguna manera a los millones de hombres y mujeres, a la innumerable legión de seglares y clérigos, que entregaron su vida y su vivir principalmente por causa del Evangelio, así como por mantener su derecho a vivir su propia vida -imbricada además con la religión- recibida y transmitida en español y a la española. Analizaremos el heroísmo de millones de españoles que en la vida ordinaria, su familia e instituciones sociales, en la prensa y la cultura, en las elecciones y la política, arriesgaron siempre vida, hacienda, y honor -¡qué difícil es esto, Dios mío!-, incluso en los campos de batalla y en el destierro. Otra vez será.

 

Leo de Francisco López Sanz:

“(...) Lo decimos y lo repetimos: España tiene que encontrarse a sí misma, no desviándose de puertas afuera y enloqueciendo por imitar y copiar todo lo de unos como ayer enloqueció imitando y copiando lo de otros.

Reconcentrémonos, echemos mano de la rica e inagotable cantera de la Tradición, porque el pueblo que acometió la tarea gigantesca de civilizar un continente y de dotarle de leyes y de un gran patrimonio espiritual, no tiene necesidad de importaciones ideológicas, de no ser en un caso de demencia en que desprecie lo bueno por ser propio y acoja lo dudoso por ser ajeno” (9)

 

Muchas gracias, queridos Manuel de Santa Cruz y don José Ignacio por permitirme abrir el telón de estas entrañables Jornadas.

 

Muchas gracias por haber distinguido conmigo los datos estrictamente históricos de los elementos de ensayo en este trabajo.

 

Y también muchas gracias a todos vosotros, por haberme escuchado con tanto cariño y paciencia.

 

José Fermín GARRALDA ARIZCUN 

 

NOTAS:

 

(1) Testimonio y fotografía in situ, "Boletín Oficial Eclesiástico del Obispado de Pamplona", nº 1.916, 15-II-1940, p. 81-84; y "El Pensamiento Navarro", 12-XI-1939, p. 3.

(2) B.O. del Parlamento de Navarra. V Legislatura, Nº 37, 28-III-2003.

(3) VEGAS LATAPIE Eugenio, La frustración en la victoria. Memorias políticas 1939-1942, Madrid, Actas, 1995, 540 pp.

(4) FERNÁNDEZ DE LA CIGOÑA F. J., Vid. El liberalismo y la Iglesia Española. Historia de una persecución. Antecedentes, Madrid, Ed. Speiro, 1989, 328 pp., pág. 327.

(5) SÁIZ BARBERÁ Juan, El espiritualismo español... Sevilla, 1977, 570 pp., pág. 247 ss.

(6) Actas de los Mártires, Madrid, BAC, 1962, 1185 pp; AURELIO PRUDENCIO, Obras completas, Madrid, BAC, 1981, 826 pp.

(7) BALMES Jaime, Consideraciones políticas sobre la situación de España (1840), Madrid, Ed. Doncel, 1975, 257 pp., pág. 87.

(8) CANAL Jordi, Banderas blancas, boinas rojas. Una historia política del carlismo, 1876-1939, Madrid, Ed. Marcial Pons, 2006, 355 pp.

Añadiré que, durante todo el siglo XIX y parte del XX, hubo en general una identificación práctica entre catolicismo neto y militante por un lado y el Carlismo por otro. Esta identificación fue desapareciendo parcialmente debido a varios motivos. Cito algunos. Primero, debido a la Unión Católica y a Pidal antes de ser éste ministro en 1884, aunque ambas iniciativas posibilistas fracasaron. Segundo, a causa de la escisión integrista con Ramón Nocedal en 1888, cerrada en 1931 cuando los integristas regresaron al carlismo. Tercero, debido al posibilismo y oportunismo de algunos clérigos ante el liberalismo moderado, quizás influidos por el hecho de que la Iglesia necesitaba del presupuesto de Culto y Clero, así como la suficiente estabilidad política para subsistir y sus labores de apostolado. Cuarto, debido también -quizás y en alguna medida-, a la política o diplomacia de León XIII, que, según algunos, estaba más preocupado por sus relaciones con los Gobiernos que por los católicos mismos, lo que, según Eloy Montero y Gutiérrez, no era ciertamente exacto (MONTERO Eloy, Derecho canónico comparado, 2 vols. Tomo I, Madrid, 1934, 461 pp., pág. 394). Quinto, debido al paso del tiempo sin retorno del Rey don Carlos VII, que gobernaba desde el exilio a quienes le reconocían, y a la “impenitente” soltería de Jaime III, de la que sin duda tuvo parte la regente Mª Cristina de Habsburgo-Lorena. Pasan reyes y quedan pueblos que los ansían. Sexto, debido a la aparición de sectores antiliberales (entre ellos el nacionalismo vasco, “programas mínimos” etc.) diferentes a un carlismo, siempre coincidente éste con la Tradición española.

(9) SAB, Relente (De los editoriales de “El Pensamiento Navarro”), Pamplona, 1942, pág. 18.

 

 

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